martes, 30 de diciembre de 2008

EL COMPROMISO




Aquella mañana Juan estaba desayunando en el bar de la facultad con un antiguo compañero inglés que estaba estudiando español. Hoy –comento su amigo extranjero, con alegría- he aprendido la diferencia que hay cuando se emplea la palabra “implicado” o “comprometido”. ¿Sabes cuál es la diferencia? Pues no exactamente, –respondió Juan con cara de perplejidad-.
Mira –continuó su amigo-, te lo voy a explicar con el desayuno que estamos tomando. ¿Ves estos huevos fritos con beicon? Si –contestó-; pues bien, existe una gallina gracias a la cual tu y yo estamos disfrutando ahora de este buen desayuno, en este sentido decimos que ella está “implicada” en este desayuno… Pero quien realmente se ha “comprometido” con este desayuno nuestro, ha sido el pobre cerdo que ha tenido que dejar su vida, es decir ha tenido que morir para que tu y yo podamos disfrutar de este estupendo beicon en el desayuno… ¿Comprendes la diferencia? Si, por supuesto que se entiende –respondió Juan con una sonrisa.
Esta anécdota no exenta de humor, nos sitúa ante una realidad habitual de nuestras vidas: el nivel de compromiso que adquirimos en los diversos campos de nuestra vida. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos realmente a dejarnos influir por algo o por alguien? ¿Qué grado o qué tipo de compromiso adquirimos con nuestras palabras o en nuestro actuar? Etc.
Es posible que hayas visto una película “Sólo ante el peligro“, se trata de un clásico de cine del oeste. En esta película Gary Cooper hace el papel de un sheriff al que todo el pueblo “le quería mucho”, pero que cuando se enteran que un foragido ha salido de la cárcel y va al pueblo a matarlo le dejan solo.
“Sus amigos” le van dejando todos uno a uno, con excusas más o menos justificadas, pero el hecho es que le abandonan. También su esposa le pide que huya, que no se enfrente, y que huya.
Al final se queda por responsabilidad y no por afán de gloria. Todo el miedo del mundo circula por su cuerpo pero siente un gran compromiso personal, ha de ser leal con su encargo de defensor de la ley al que se ha comprometido con su palabra.
Lo más duro para él es la incomprensión de su esposa a quien le dice: “Si huimos ahora, tendremos que estar huyendo toda la vida”.
Hace años vi una escultura en un pueblo asturiano. Se trataba de dos hombres dándose la mano y mirándose a los ojos con una sonrisa en sus labios. El que iba conmigo me explicó que así se hacían los contratos entre los hombres de honor en aquella tierra: bastaba darse la mano y comprometerse con su palabra. Eso bastaba, solo eso era suficiente, evidentemente porque había un sustrato antropológico (una visión del hombre) detrás que le daba fundamento… Fidelidad, lealtad, virtudes a redescubrir.

Como diría Molière, “todos los hombres se parecen por sus palabras; sólo las obras evidencian que no son iguales”. En este caso, son las obras, que no las buenas voluntades, las que ayudan a construir compromiso.

No hay comentarios: