martes, 30 de diciembre de 2008

AMISTAD Y MATRIMONIO; TRABAJO Y DESCANSO




“Pensemos en una amistad. Se han conocido dos personas y se han agradado. Han descubierto comunidades de opinión y de gusto, la simpatía se ha desarrollado y cada uno confía en el otro. Piensan que su vínculo es seguro y viven sin más preocupación. Pero, como es obvio, existen entre ellos diferencias que poco a poco van cobrando vigencia. Surgen malentendidos, enojos, tensiones. Pero ninguno de ellos busca la base donde residen realmente, esto es, en la propia seguridad de sí mismos y en la propia dejadez, y al cabo de poco empiezan a ponerse nerviosos mutuamente. Desaparece la tranquila confianza y poco apoco se deshace todo.
Para que dure una amistad debe haber una vigilancia sobre ella.; algo que la resguarde. Cada cual debe dar lugar al otro para que sea precisamente el que es; cada cual debe hacerse consciente de sus propias faltas y ver las del otro con ojos de amistad. Quererlo, y también lograrlo contra la suspicacia, la pereza, la estrechez de la propia naturaleza, es también ascetismo.
Pensemos en el matrimonio. “¿Por qué tantos matrimonios se vuelven mudos y vacíos? Porque en cada uno de los dos domina la idea básica de que se trata de la felicidad, o sea, piensan que cada uno de los dos se puede satisfacer consumiendo simplemente su propia vida.
En realidad, el auténtico matrimonio es estar unidos en la existencia; es ayuda y fidelidad. Matrimonio significa “que el uno lleve las cargas del otro”, como dice san Pablo (Gal 6,2). Así que sobre él debe velar una responsabilidad nacida del espíritu. Una vez y otra debe el uno aceptar al otro como es; debe renunciar a lo que no puede ser. Debe prescindir de las embusteras imágenes de cine que destruyen la realidad del matrimonio y saber que tras el encuentro mutuo del primer amor es cuando empieza la tarea verdadera. Que el auténtico matrimonio, pues, solo puede existir por autodisciplina y superación. Entonces se hace auténtico, capaz de generar vida y entregar vida al mundo”.
Pensemos en el mundo del trabajo. “Alguien emprende una empresa, empieza un trabajo, algo que sea propio de su profesión. Supongamos el mejor caso, esto es, que esté en su auténtica vocación, que pueda hacer aquello para lo que está dotado, y que lo haga a gusto. Ante todo, tiene gozo por la cosa y pone en juego todas sus fuerzas.
Quizá ya sería necesario que alguien le dijera que ha de mantenerse en la medida de lo posible sin exagerar nada. Y ocurre que, al cabo de poco tiempo se hunde la tensión, y tanto más rápidamente cuanto más violenta fue la puesta en marcha, pero las tareas continúan. ¿Qué será de ellas, si sólo “el gozo de vivir”, el gusto del trabajo, la alegría del éxito, es lo que las sostiene? Entonces se empieza por tener indiferencia, pronto repugnancia y finalmente todo se deshace.
Ninguna obra prospera si no hay por encima de ella una responsabilidad a partir de la cual el hombre hace su trabajo con fidelidad y autosuperación”.
Pensemos en el descanso. “Quien va mucho al cine pierde el buen gusto a ese gran espectáculo: ya no lo comprende. Entonces debe preguntarse qué quiere y elegir, dejar a un lado la excitación superficial de la película para tener la capacidad de percibir lo más valioso, o para recobrarla quizá, o quedarse con aquella y convencerse a sí mismo de que es el arte apropiado para la época; que necesita relajarse; que por la tarde, después de la fatiga del día, no se puede hacer ya el esfuerzo que requiere el teatro, y así sucesivamente… Quien constantemente está con gente y habla y discute, pierde la capacidad de estar consigo mismo y , con ello, todo lo que sólo ahí se manifiesta. Una vez más se trata de elegir. Y costará alguna superación dominar la inquietud que nos arrastra hacia fuera.
En esta vida, que solo dura unos pocos años tan veloces, el hombre que quiera extraer lo preciso que pueda contener ha de saber que se trata sólo de que renuncie a lo menor para poder tener lo mayor”

LA HUMILDAD




«Es una cosa que ha ido empeorando en casa de día en día desde hace ya tiempo —se lamentaba con amargura una chica de diecisiete años. Antes, mi madre tenía más autoridad, pero ahora está como arrinconada y apenas le obedece nadie en nada de lo que dice. La casa se ha convertido en una especie de pensión donde la gente sólo aparece para comer, dormir y pedir dinero. Cada uno vive a su aire, es frecuente que lleguemos tarde a casa sin avisar, y es raro el día que no discutimos. Mis dos hermanos pequeños han perdido el respeto a mi madre. Le llevan siempre la contraria, y alguna vez, en medio de esos enfados, han llegado a insultarla. Me duele ver cómo la tratan, pero no me atrevo a decirles nada, porque la verdad es que tengo que reconocer que yo a veces también he actuado bastante mal y no estoy en condiciones de echarles en cara nada. Mi padre está siempre fuera, desde que cambió de trabajo, y cuando llega a casa no está para nada. Además, como tiene un genio fatal, mi madre prefiere no decirle nada de los disgustos que le damos, y hace bien, porque creo que sería casi peor. Ella sufre mucho y soporta todo con una paciencia y una humildad admirables.»
Tendría que servir este ejemplo como experiencia para plantear bien las cosas desde el principio, porque la actitud de esa madre ni es paciencia ni es humildad, como pensaba su hija. No puede ser virtud dejarse avasallar de esa manera. De entrada y siempre, hay que exigir que a uno le traten con respeto, y eso no es orgullo ni vanidad.
Hay veces en que a una persona le toca sufrir un drama (familiar, personal, profesional, etc.) muy doloroso, y a lo mejor casi lo único que puede hacer es soportarlo todo pacientemente. Pero lo normal es que todos tengamos que dejar las cosas claras todas las veces que haga falta hasta conseguir que se nos respete.
Quien insulta, sobre todo si es con frecuencia, se descalifica a sí mismo. Y quien lo soporta habitualmente con gesto de víctima puede ser admirable o heroico, pero a veces resulta que es, más bien, simplemente un poco tonto o un poco tonta. Hay que poner la energía precisa para defender los propios derechos, y esto es compatible con la humildad. Habrá que buscar una solución concreta a cada caso, pero raramente la postura ideal será soportarlo todo y callarse eternamente.





Se suele decir que contra soberbia humildad pero no siempre tenemos muy claro que es la humildad.
Son muchas las personas —explicaba con gracia C.S.Lewis— que piensan que humildad equivale a mujeres bonitas tratando de creer que son feas, o personas inteligentes tratando de creer que son tontas. Y como consecuencia de este malentendido se pasan la vida intentando creerse algo manifiestamente absurdo y, gracias a eso, jamás logran ganar en humildad. No debe confundirse la humildad con algo tan simple y ridículo como tener una mala opinión acerca de los propios talentos. La humildad nada tiene que ver con una absurda simulación de falta de cualidades.
Se trata de un error bastante extendido, a pesar de que durante siglos se han alzando contra él muchas voces sensatas que venían a recordar cómo la humildad no puede violentar la verdad, y que la sinceridad y la humildad son dos formas de designar una realidad única. La humildad no está en exaltarse ni en infravalorarse, sino que va unida a la verdad y a la naturalidad.
Quizá por eso, para aclarar conceptos, podemos empezar por dejar claro primero lo que no es humildad:
- No se logra la humildad humillando a los demás (así, suele conseguirse habitualmente lo contrario).
- Ni eludiendo los legítimos y sensatos elogios a las buenas acciones de los demás, con la excusa de evitar que se envanezcan.
- Tampoco conviene a la humildad la continua comparación con otras personas, puesto que a una persona no le viene la justa medida por su relación con otras, sino, ante todo, por lo que de natural debiera ser.
- Ni consiste tampoco en echarse encima toneladas de basura. Porque, además, esas personas autoculpistas no suelen creerse lo que dicen.
- Tampoco es humildad esa triste y victimista actitud de quien dice “es que soy así” y se abandona a sus propios defectos sin molestarse en luchar por mejorar. Eso puede ser comodonería o inconstancia, pero nunca humildad.
- Por último, tampoco se trata de soportarlo todo.

ASCETISMO



En el hombre actúa algo que no se encuentra en el animal, algo tan real y activo que hay que estar ciego para no verlo: el espíritu.
Por eso en el hombre las tendencias, impulsos e instintos se mueven y actúan de otro modo, hasta el punto de que no se puede comprender la vida humana partiendo de la del animal. El espíritu los sitúa en una peculiar libertad. Y en esa fragua se hacen más fuertes, más hondos, consiguen un mayor grado de realización, de plenitud. Pero, y esto es lo paradójico, es como si entonces perdieran sus referencias biológicas (a las que estaban unidos) y quedasen como desvinculados, sin regla, y su sentido inseguro… Y por eso necesitados.
Es entonces cuando debe actuar el espíritu dando a las tendencias, impulsos e instintos un nuevo sentido. Y al situarse el espíritu dentro de ellos, les origina una hondura, un carácter y una belleza nuevas. De este modo las tendencias quedan ennoblecidas al ponerse en relación con el mundo de los valores y de lo personal, al quedar introducidas en el –ámbito de la libertad, de la responsabilidad y de la superación. Pero, también ahora, surge el riesgo de la exageración, de la antinatuarildad.
Efectivamente, vemos como el espíritu sano puede ordenar los impulsos y darles forma llevándolos a un plano más elevado, perfeccionándolos como lo que son, como tendencias. Pero, igualmente, el espíritu echado a perder puede hacer lo mismo con las tendencias, pero esta vez deformándolas y desnaturalizándolas.
De aquí surge una necesidad (que no tiene el animal): la necesidad de mantener las tendencias en una ordenación libremente querida y de esforzarse por superar la propensión (tentación o posibilidad) a la desmesura o a la mala realización… Esto es precisamente el ascetismo.
No se trata pues de ir contra la vida de las tendencias como si fueran malas (no lo son; más aún son fuente de energía esencial para la vida humana). Lo que la ascesis pretende es más bien ponerlas en el orden adecuado. Un orden que está determinado por las circunstancias (la salud, el trabajo, la familia, etc.) y cada día se presentan nuevas exigencias de mantenerse en orden… Eso es ascetismo.
La palabra ascesis viene del griego askesis que significa ejercicio, entrenamiento… en la correcta ordenación de la vida. Y la pista de entrenamiento de la vida (por así llamarla) tiene su orden de prioridades: 1º los esfuerzos cotidianos (como los de la vida física, familiar, etc); 2º los propios del trabajo; 3º los esfuerzos de relaciones personales y 4º los de desarrollo espiritual. Pero nuestras fuerzas y nuestro tiempo son limitados por eso debemos darnos cuenta de a que tareas hemos de aplicarnos. Debemos elegir y cumplir la elección; esto cuesta sacrificio y esfuerzo… Esto es el ascetismo.
Además quien conoce la dejadez humana sabe que también debe imponerse superaciones voluntarias para que luego la voluntad pueda cumplir el deber inmediato; camino este de libertad porque nos hace señores de nuestros propios actos… Esto también es ascetismo.
Con las tendencias espirituales (el impulso a adquirir influencias, prestigio y poder; la tendencia a la sociedad y comunidad; la inclinación a la libertad y al conocimiento) ocurre lo mismo: son importantes como impulsos que sustentan la afirmación propia del hombre y su despliegue propio pero también poseen esa inclinación al exceso, a actuar de modo egolátrico destructivo o intranquilizador. Por ello también requieren una constante disciplina… Esto también es ascetismo.
Así, hemos de aprender a considerar el ascetismo: como elemento fundamental de toda vida bien vivida, en la amistad y el matrimonio, en el trabajo y el descanso. Haremos bien en ejercitarnos en ello a la hora de poner mesura en el impulso; a la hora de dejar lo menos importante, aunque sea atractivo, para hacer lo más importante; a la hora de dominarse a uno mismo para alcanzar más libertad espiritual, etc.

LA BONDAD



No resulta fácil determinar qué es la bondad. Vamos a intentarlo: un hombre bondadoso es uno que tiene buena intención respecto a la vida. Pero, ¿se puede tener mala intención respecto a la vida? ¿Qué queremos decir con la expresión: “respecto a la vida”? Veamos.
Imaginemos un hombre dominante respecto a los demás; aunque dice que quiere lo mejor para los demás pronto advertimos que en realidad trata de dominarles. Decimos que quien es así no tiene buena intención respecto a la vida, porque la ahoga con el apretón del afán de dominar. ¡Cuántas tragedias humanas proceden de este querer someter a los demás!… La Bondad, por el contrario, tiene la capacidad de respetar el espacio que requiere la vida, más aún, tiene la fuerza de generarla, de facilitarle su desarrollo y ayudarla a que logre su plenitud… Ser Bueno es tener respeto, dejar valer, ayudar a crecer cualquier realidad viva. Su primer juicio no es desconfiar ni criticar.
Imaginemos un hombre que alberga en su interior rencor a la vida porque piensa que la vida ha sido injusta con él, que sus expectativas han sido defraudadas, que sus pretensiones han quedado insatisfechas. Supongamos que todo es verdad. Pero este hombre, en vez de tratar de disfrutar lo mejor que pueda de lo que aún le queda, vemos que no es capaz de superar este resentimiento de agravio y se venga (“todos son así” dice, porque uno ha sido así; “no hay justicia” porque en su caso no la ha encontrado)… La Bondad renuncia a la venganza porque es generosa, porque tiene confianza y deja a la vida volver a empezar siempre… Ser Bueno es ser fuerte. La vida está llena de dolor, pero si uno es bueno, ese dolor cuando llega pese a todo le fortalece. La vida quiere ser comprendida pero esto cansa y requiere ayuda; pero solo puede ayudar realmente quien comprende precisamente ese dolor y encuentra las palabras para suavizarlo… Ser Bueno es ser paciente. El dolor vuelve una y otra vez queriendo ser comprendido (cuantas veces nos resulta insoportable esas faltas del prójimo que ya conocemos de memoria). Una y otra vez la Bondad debe ofrecerse y aplicarse pacientemente.
Imaginemos un

hay seguridad, hay cobijo, hay calor y donde no está por mucha ciencia que haya, y política, y bienestar, etc., en el fondo todo sigue frío



La bondad perfecciona a la persona porque sabe dar y darse sin temor a verse defraudado, transmitiendo aliento y entusiasmo a quienes lo rodean.
En ocasiones el concepto de bondad es confundido con el de debilidad. A nadie le gusta ser "el buenito" de la oficina, de quien todo el mundo se aprovecha. Bondad es exactamente lo contrario, es la fortaleza que tiene quien sabe controlar su carácter, sus pasiones y sus arranques para convertirlos en mansedumbre.
La bondad es una inclinación natural a hacer el bien, con una profunda comprensión de las personas y sus necesidades, siempre paciente y con ánimo equilibrado. Este valor, por consiguiente, desarrolla en cada persona la disposición para agradar y complacer en justa medida a todas las personas y en todo momento.
¿En qué momentos nos alejamos de una actitud bondadosa? Es muy sencillo apreciarlo en las actitudes agresivas que se adoptan con los malos modales y la manera de hablar, a veces con palabras altisonantes, con la razón de nuestra parte o sin ella; la indiferencia que manifestamos ante las preocupaciones o inquietudes que tienen los demás, juzgándolas de poca importancia o como producto de la falta de entendimiento y habilidad para resolver problemas. ¡Qué equivocados estamos al considerarnos superiores! Al hacerlo, nos convertimos en seres realmente incapaces de escuchar con interés y tratar con amabilidad a todos los que acuden a nosotros buscando un consejo o una solución.
Equivocadamente, nuestro ego puede regocijarse cuando alguien comete un error a pesar de las advertencias, casi saboreando aquellas palabras de: "no quiero decir te lo dije, pero... te lo dije", y nos empeñamos en poner "el dedo en la llaga", insistiendo en demostrar lo sabios que son nuestros consejos; seguramente todo esto sale sobrando, pues la persona ya tiene suficiente con haber reconocido su error y quizá en ese momento esta afrontando las consecuencias.
La bondad no se detiene a buscar las causas, sino a comprender las circunstancias que han puesto a la persona en la situación actual, sin esperar explicaciones ni justificación y en procurar el encontrar los medios para que no ocurra nuevamente. La bondad tiene tendencia a ver lo bueno de los demás, no por haberlo comprobado, sino porque evita enjuiciar las actitudes de los demás bajo su punto de vista, además de ser capaz de "sentir" de alguna manera lo que otros sienten, haciéndose solidario al ofrecer soluciones .

LA GRATITUD



Cuando hablamos de gratitud, tendemos a imaginar un individuo, educado y de buenos modales que da las gracias cuando le abren la puerta o le ceden espacio en las aceras. Y sí, eso también es una muestra de agradecimiento.Pero la gratitud es un estado o actitud prolongada, de ánimo, que nos permite acomodarnos en situaciones diversas convirtiéndolas en gratas, aunque posiblemente pudieran serlo mucho mas.
La gratitud es una sonrisa interior de conformidad (que no significa sometimiento) ante las situaciones y los avatares de la vida. La gratitud permite tomar una distancia suficiente para observar el día a día y las cosas tanto agradables como desagradables, con una actitud de mejora y con el impulso necesario para sacarles provecho. Incluso de las peores cosas.Gratitud es el camino mas corto hacia el contento. La gratitud hace inventario de los dones y desdichas que la vida nos presenta y lo convierte todo en activo.La gratitud se expresa en el agradecimiento. Aquel que tiene el don (virtud) de la gratitud, sabe el valor y la necesidad de expresarla. Es como el que imagina un cuento nuevo, que inmediatamente siente la necesidad de contarlo a sus hijos y amigos.Aprender a expresar la gratitud, hacia la vida, hacia los demás, hacia Dios -si quieres- hacia uno mismo, hacia nuestro propio cuerpo es muy importante. Y cultivar el agradecimiento de algún modo mejorado o especial, puede llegar a ser un arte en sí mismo, al igual que expresar sentimientos con la poesía también lo es.
Precisamente hoy, no te irritesPrecisamente hoy, no te preocupesHonra a tus padres, maestros y ancestrosGánate el pan honestamenteDemuestra gratitud hacia todo ser vivo.

LA FLEXIBILIDAD



“Tres semanas después de que naciera nuestro segundo hijo -cuenta Stefan Einhorn-, mi mujer y yo decidimos ir al cine. Mis padres cuidarían del mayor y nos llevamos al pequeño a la ciudad para ver “Despertares”, con Rober de Niro y Robin Williams.
Entramos en el vestíbulo y fui a la taquilla a sacar dos entradas. La taquillera miró a nuestro hijo, que iba sentado en una especie de mochila sobre el estómago de su madre, y dijo: “No pueden entrar al cine con el niño”. Le contesté que era un crío muy tranquilo y le prometí que saldríamos si, en contra de lo esperado, se ponía a llorar. Me miró sorprendida y contestó: “No es por eso, es que la película no es apta para menores”… Cuando por fin salí de mi asombro, pensé que aquello era una ocasión extraordinaria para usar mi autoridad de médico. De manera que me estiré y dije con voz imperiosa: “El caso es que soy médico y sé que un niño de tres semanas no puede fijar la mirada. No puede ver nada de lo que pase en la pantalla”. Me miró amablemente y dijo: “¡Pero puede oír!”. Después de reflexionar ante aquel hecho unos instantes no pude dejar de contestar: “Estoy orgulloso del concepto tan alto de la inteligencia que tiene mi hijo de tres semanas, pero ¿realmente cree que ya ha aprendido inglés?”. No entramos.”
Que importante es no sacar las cosas de quicio; se trata en el fondo de no perder el sentido común. Esto es lo que puede pasar si no somos flexibles, si hacemos de los criterio o normas, una especie cuadricula rígida, que termina por esterilizarlo todo. A veces las normas, las reglas y las leyes no son suficientes, y debemos poner además algo de esfuerzo y reflexión por nuestra parte para actuar con la prudencia debida. Todas las virtudes están relacionadas entre sí. No existe ninguna virtud aislada de las demás. Seguramente nos ha llamado la atención que la naturaleza no conozca ningún elemento “puro” e independiente de otros, sino que más bien tiene siempre armónicos superiores e inferiores, es decir que siempre hay acordes.
De todas formas, siempre nos quedará un recurso: el buen humor. Solo la mirada buena es capaz de ver lo peculiar, lo cómico que tienen todo lo humano. El humor surge cuando de repente advertimos lo chocante, la rareza, lo peculiar de aquello y entonces se ríe (a veces solo por dentro). Pero en la medida en que tras la risa vuelve la seriedad, la bondad resulta entonces más fácil, más amable.


Ni que decir tiene que el ejemplo de aquel junco flexible azotado por el viento, resistente en contraste con el grueso pero rígido tronco arrancado por el mismo viento, es una imagen conocida y un ejemplo recordado. Son citas orientales que nos recuerdan la fuerza de esta virtud humana.La flexibilidad es estar abierto a la necesidad del cambio. Son muchas las cosas inesperadas que se presentan en la vida y controlar los acontecimientos nos resulta poco menos que imposible. Cuando ocurre algo que nos perturba, quizás sea un aviso de que debemos obrar diferentemente o tratar de mejorar en algún sentido.Pues bien; ser flexible significa que, en lugar de quedar afectados por las dificultades, las afrontamos como un desafío, dispuestos a llevar a cabo los cambios que sean necesarios.La flexibilidad significa que no siempre tenemos que salirnos con la nuestra. Estamos abiertos a las ideas de los demás, a sus pensamientos y sentimientos y justo porque somos flexibles estaremos dispuestos a cambiar de idea. Si algo no funciona, lo intentamos de otra manera.La flexibilidad significa reemplazar los malos hábitos por otros nuevos. Te observas a ti mismos y decides si necesitas cambiar de proceder. Hacer esto, no significa perder nada, sino crecer como persona, como ser humano.Cuando somos flexibles, nos adaptamos y amoldamos. Cambiamos y con el cambio surgen siempre nuevas posibilidades, aparecen nuevas formas y ocasiones. Nuevos modos de operar y acceder a la experiencia, nuevas formas de enfocar la vida.Lo contrario a la flexibilidad es el conservadurismo a ultranza, la rigidez. Sus consecuencias naturales son el disgusto, el enfado, la ansiedad.Muchas de las enfermedades de nuestra vida moderna, son debidas a la inconformidad y el estrés. La persona flexible, se aleja de estas dolencias.Solamente, el mero hecho de proponerse seriamente el aumentar la capacidad de nuestra flexibilidad, nos abre puertas a un mejoramiento general de nuestras circunstancias actuales y nos brinda la posibilidad, sea cual sea nuestra edad, de vislumbrar la vida como una maravillosa aventura.

LA COMPRENSIÓN



La sociedad humana no es un sistema perfecto en el que todos sus elementos estén ajustados mutuamente de modo conjunto y unido, sino que más bien está formada por personas cada una de las cuales tiene su índole especial, cada uno tiene su camino, sus objetivos y su destino. Por muchas que sean las mutuas relaciones que entrelazan a los miembros de la sociedad, cada uno tiene su propio centro que le hace trascender ese entramando. Además hay que añadir las fuerzas hostiles que actúan en cada uno y que no pocas veces hacen dificultosa y hasta llegan a destruir la convivencia. Por eso para que la convivencia social sea no solo posible sino fecunda se hace necesaria entre otras muchas cosas la comprensión.
Por ejemplo, en la calle se me acerca uno, me mira y veo que su atención se dirige hacia mí, que se “refiere” a mí… En el rostro leo que su actitud hacia mi es amigable o de aversión o que está perplejo… Entonces me explica la conducta que en una determinada ocasión tuvo conmigo y que a mí me sorprendió, y entonces lo comprendo y se me hace claro lo que antes no podía saber. Cada uno lleva un mundo interior, lleno de situaciones, disposiciones, emociones, etc., que en un primer momento están escondidos pero que pueden salir por medio de la palabra, la expresión… Comprensión es aquí saber leer y escuchar lo que se pretende en el interior, partiendo de lo observado exteriormente.
Y ¿qué ocurre cuando los demás quieren ocultar lo interior? Cuando están intranquilos y quieren aparecer serenos, dominando la situación. Entonces se podría hablar de la comprensión como de una perspicacia que nos permitiría por la expresión de los ojos o por pequeños movimientos dominados o en detalles de la actitud del cuerpo, etc., ver qué es lo que pasa detrás, qué es lo que esconde… Incluso se podría llegar a advertir que no solo oculta algo, sino que además muestra algo que no es, que quiere engañar, que finge, que muestra interés y es indiferente, etc. Compresión es entonces, ser capaz de mirar a través de ese conjunto de actitudes y descubrir lo que actúa en verdad y notar además la insinceridad.
Pero hay más todavía. Por ejemplo: alguien reacciona de un modo brusco en un momento. La comprensión significará ver como ese sentimiento encaja en el conjunto de su forma de ser. Así, en un tímido una reacción violenta puede ser una forma de protegerse, de ocultar su interioridad; mientras que en un grosero suele ser una manera de imponer su voluntad… Comprender es entonces descubrir esa conexión que acierta con el significado real de esas actitudes, gestos o palabras.
La comprensión además de percibir la forma de ser, también advierte lo ocurrido en el tiempo. ¿Por qué éste es tan asustadizo? Porque antes le hicieron daño… ¿Por qué es desconfiado? Porque le han engañado muchas veces… ¿De dónde le viene esa mirada tan despegada y a la vez tan expectante? Ha encontrado en su vida poca comprensión y tiene anhelo de ella… La comprensión significa saber entender también estas cosas.
¿Qué hacer cuando tratamos con caracteres poco comunes, con situaciones enfermizas, con destinos peculiares, ante los cuales la observación debe hacerse creativa para poder captar y penetrar esas rarezas…? Nada de esto es fácil… ¿Qué se requiere para aprender a comprender?
Existen personas que están especialmente dotadas para ello, que tienen una agudeza en la mirada, una finura de la sensibilidad, una capacidad de sincronizar con los demás que les permite superar esa distancia o extrañeza que hay entre las personas. A esto se añade un segundo elemento: la experiencia en la medida en que ayude a tener una mirada más clara, una sensibilidad más fina, una adaptación más rápida, un recuerdo de lo antes observado que de la clave para lo que ocurre ahora.
Podríamos añadir un tercer factor: evitar clasificar a las personas en clave de egoísmo: las que soportamos y las que no soportamos, los amigos y los no amigos, etc. La mayor parte de los juicios recíprocos en el fondo se reducen a esto: éste me resulta agradable y ése desagradable; a éste le puedo manejar y a ese otro no le puedo usar. Pero solo cuando salimos de la relación egoísta (que divide a las personas en dos bloques) e intentamos dejar valer al otro tal como es, sin introducirlo en el esquema de mis inclinaciones o aversiones, y le digo: “tienes el mismo derecho de ser tu mismo, como yo a ser yo mismo…” Solo entonces la mirada queda libre y puede aparecer la comprensión.

EL COMPROMISO




Aquella mañana Juan estaba desayunando en el bar de la facultad con un antiguo compañero inglés que estaba estudiando español. Hoy –comento su amigo extranjero, con alegría- he aprendido la diferencia que hay cuando se emplea la palabra “implicado” o “comprometido”. ¿Sabes cuál es la diferencia? Pues no exactamente, –respondió Juan con cara de perplejidad-.
Mira –continuó su amigo-, te lo voy a explicar con el desayuno que estamos tomando. ¿Ves estos huevos fritos con beicon? Si –contestó-; pues bien, existe una gallina gracias a la cual tu y yo estamos disfrutando ahora de este buen desayuno, en este sentido decimos que ella está “implicada” en este desayuno… Pero quien realmente se ha “comprometido” con este desayuno nuestro, ha sido el pobre cerdo que ha tenido que dejar su vida, es decir ha tenido que morir para que tu y yo podamos disfrutar de este estupendo beicon en el desayuno… ¿Comprendes la diferencia? Si, por supuesto que se entiende –respondió Juan con una sonrisa.
Esta anécdota no exenta de humor, nos sitúa ante una realidad habitual de nuestras vidas: el nivel de compromiso que adquirimos en los diversos campos de nuestra vida. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos realmente a dejarnos influir por algo o por alguien? ¿Qué grado o qué tipo de compromiso adquirimos con nuestras palabras o en nuestro actuar? Etc.
Es posible que hayas visto una película “Sólo ante el peligro“, se trata de un clásico de cine del oeste. En esta película Gary Cooper hace el papel de un sheriff al que todo el pueblo “le quería mucho”, pero que cuando se enteran que un foragido ha salido de la cárcel y va al pueblo a matarlo le dejan solo.
“Sus amigos” le van dejando todos uno a uno, con excusas más o menos justificadas, pero el hecho es que le abandonan. También su esposa le pide que huya, que no se enfrente, y que huya.
Al final se queda por responsabilidad y no por afán de gloria. Todo el miedo del mundo circula por su cuerpo pero siente un gran compromiso personal, ha de ser leal con su encargo de defensor de la ley al que se ha comprometido con su palabra.
Lo más duro para él es la incomprensión de su esposa a quien le dice: “Si huimos ahora, tendremos que estar huyendo toda la vida”.
Hace años vi una escultura en un pueblo asturiano. Se trataba de dos hombres dándose la mano y mirándose a los ojos con una sonrisa en sus labios. El que iba conmigo me explicó que así se hacían los contratos entre los hombres de honor en aquella tierra: bastaba darse la mano y comprometerse con su palabra. Eso bastaba, solo eso era suficiente, evidentemente porque había un sustrato antropológico (una visión del hombre) detrás que le daba fundamento… Fidelidad, lealtad, virtudes a redescubrir.

Como diría Molière, “todos los hombres se parecen por sus palabras; sólo las obras evidencian que no son iguales”. En este caso, son las obras, que no las buenas voluntades, las que ayudan a construir compromiso.

COHERENCIA




Un amigo médico, me contó no hace mucho, que los animales al igual que las personas tienen la capacidad de aprender lo que está permitido y lo que está prohibido. Por ejemplo, una rata -me decía- puede aprender a comer solo unos pocos trozos de comida si el investigador, tras una cantidad de bocados, da una palmada por encima del animal. Pero cuando el investigador deja la habitación, la rata come hasta que no puede más. Si la rata hubiera sido una persona, sería probablemente lo que solemos denominar una hipócrita. Otras especies de animales como los perros, además de aprender lo que está permitido y prohibido, pueden interiorizar este conocimiento de manera que llega a ser como una parte de él, independientemente de si alguien los observa o no. El perro es, en este sentido, “coherente”.
A lo largo de nuestra vida vamos adoptando diversas posiciones que hacen que nuestra actitud ante la vida cambie, que en una época algunos valores se subrayen con más claridad y fuerza que otros… Pero ¿está lo moral condicionado por el tiempo o lo trasciende?
Lo moral nos afecta desde dentro, desde el núcleo más central de nuestra personalidad, la moral es una interiorización de los valores que no está sometida al tribunal del tiempo ni al de las cambiantes circunstancias.
Es la moral la que rescata al tiempo y a las cambiantes circunstancias, la que ilumina e interpreta, y no es el tiempo lo que juzga de lo moral disolviéndolo en el devenir.
A no ser, claro, que queramos comportarnos como esa ratita de la que hablábamos al principio.

LA CORTESÍA




¿Qué es la cortesía? La gente vive reunida en poco sitio, en la casa, la oficina, los lugares oficiales, la fábrica, en la calle y su tráfico… Las vidas y las intenciones se tocan y entrecruzan constantemente unas con otras, de modo que surgen con frecuencia fricciones, irritaciones y conflictos que la gente razonable intenta solucionar ¿Cómo? Buscando formas que manifiesten el deseo de mantener una convivencia adecuada con todos a ser posible. Esto es la cortesía: una cosa cotidiana pero ¡qué importante en su conjunto!
Esto que ocurre instintivamente, por ejemplo, en la vida social de las hormigas, no ocurre así en la vida social humana ¿Por qué? Porque en el hombre actúa también el “espíritu”; y “espíritu” significa poder conocer la verdad, pero también poder errar, poder actuar equivocadamente. Por eso, tenemos que tener cuidado en la convivencia con los demás y estar vigilantes para que no se convierta en una lucha de todos contra todos. Pues bien, el conjunto de las cosas pequeñas que hacen posible el cuidado de las formas en el trato diario de unos con otros: es la cortesía.
¿En qué consiste el comportamiento cortés? Ante todo está la voluntad de establecer una distancia, de crear un espacio de libertad en torno a los demás: un espacio que nos defiende de la cercanía agobiante y que nos deja respirar nuestro propio aire. Se trata de honrar al otro: el joven al viejo, el adulto al niño, el fuerte al débil, etc… De honrar a todas las cosas profundas y tiernas que representan “vida”. El comportamiento que modera la soberbia y la violencia, que se adelanta y así evita las situaciones de tensión, de choque, de molestia u ofensa mutua… Ese comportamiento es cortés.
La cortesía es “forma”, actitud, ademán, acción que expresa el sentido y el respeto de la dignidad humana. La cortesía es bella y embellece la vida. Pero tiene el riesgo que acosa a todas las formas de sentido: volverse artificiales, falsas.
Además, nuestro tiempo añade otro riesgo a la cortesía, el de quedar aniquilada por lo científico-técnico, en cuanto que éste tiende a prescindir de lo superfluo de la forma y se lanza sin más hacía aquello de que se trata. En un mundo de plazos calculados con exactitud, de mecanismos precisos de regulación de personal, etc., la cortesía tiende a desaparecer. A veces se alcanza así una cierta corrección, y aparece una sinceridad y una amistad que no necesita de muchas palabras para convencer a los demás. Pero normalmente la “vida” sufre así. Muchas veces, tras la ausencia de cortesía por “motivos prácticos”, se oculta: pereza, indiferencia y agresividad.
La “vida” tiende a dar rodeos, necesita del tiempo, le gusta esperar. Por eso, la cortesía también requiere tiempo. Su ejercicio exige esperar, dar rodeos, hacer antesala… La cortesía trata de tener consideración, y por eso sabe dejar atrás lo propio. La cortesía trata de honrar la dignidad de todo hombre, y por eso, al percibir su debilidad y vulnerabilidad, sabe responsabilizarse de los demás.
También hay una cortesía en referencia a Dios. Por ejemplo, hay una actitud decorosa exigida para todo gesto, palabra y pensamiento que de algún modo se refieran a Dios… ¿Has pensado alguna vez en cómo conserva Dios a sus criaturas en el honor?¿Cómo Dios mismo respeta el hecho de haberle creado libre? El que todo lo puede, no obliga, no violenta, no asusta, no seduce… Sí, Dios es sumamente cortes: “Mira, estoy a la puerta y llamo” (Ap 3,20).